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... de la Red |
Raudo el impetuoso viento
llegó de pronto
y galopando sobre su ardiente espalda
apareciste tú:
una luciérnaga con alas de oro
remontando el ocaso
del sol sobre los montes,
igual que una efímera lluvia
de una primavera ya en ciernes.
Y fue entonces...
cuando todos los vidrios mojados
de aquella vieja ciudad
te recibieron exultantes,
hasta que poco después
del paso de las pálidas nubes grises
tu calor corporal
insufló la Naturaleza entera,
sembró en el fondo de su seno
literalmente la Vida.
Y ya no hubo espacio alguno
para ninguna de mis sombrías tristezas,
las que borraban siempre
los tres tristes tigres
con un enrevesado trabalenguas
que aprendimos a decir
sin equivocación alguna,
cada vez más deprisa,
cuando éramos sólo unos niños.
Luego, algo más tarde,
cuando volvimos a encontrarnos,
ya habíamos crecido
y un sensual hormigueo
de ombligos hacia abajo
comenzó a hablarnos
en el imperioso lenguaje del sexo;
pero nada hicimos por acallarlo,
bien al contrario,
nos dejamos arrastrar
por su ebria y celestial melodía.
Y aquí seguimos estando juntos
como dos niños más
jugando al enrevesado trabalenguas
de los tres tristes tigres,
para borrar siempre,
con el cálido aroma de tus labios,
todas mis sombrías tristezas.
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