Yo me llevé a la boca
La
roja fresa de tus labios.
Intenté
a duras penas fluir dentro de ellos,
Ocultarme
en el laberinto cavernoso y blando
De
sus curvilíneas envolturas;
Pero
diluviaba, diluviaba en su interior
La
sensual alegría del mundo
Y
sus potentes convencimientos.
El
amor, vestido con traje carnal,
Acudió
a mí en un torbellino
Sin
dudas ni medida,
Y
caí preso de su embrujo
Hasta
perder todos mis sentidos.
Ninguno
de los dos hablamos;
La
carne dialogó por nosotros.
Y
los labios crecieron, crecieron
Hasta
elevarse hinchados
Como
velas ardientes en el aire;
Flotamos
y flotamos
Mientras
duró el hechizo.
Y
después de todo ese derroche de energía
Nos
abrazó fulminante la calma;
Una
calma sobreimpuesta
Nacida
del profundo vacío de la nada.
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